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Pecados inmortales – Juan Roberto Salcedo

Pecados inmortales

       PECADOS INMORTALES

Juan Roberto Salcedo. Editorial Planeta Colombiana, 2012.

Juan Roberto Salcedo nació en Florencia, Colombia y reside actualmente en Ottawa donde ha vivido la mitad de su vida. Es médico especialista en medicina interna y cardiología. Se hizo acreedor de un premio con su relato «El pueblo embrujado» en un concurso patrocinado por el Consulado General de Colombia en Montreal por iniciativa de la cónsul Martha Lucía Piñeros de Camacho. Pecados inmortales es su primer libro.

Pecados inmortales es un libro que combina diferentes momentos y espacios concertando una altísima belleza poética, una intensa reflexión filosófica y teológica en búsqueda de respuestas, una íntima confesión de sentimientos personales y un despliegue de convicciones ajenas al status quo.  Técnicamente el libro es complicado porque  está fragmentado. Consta de un fabuloso cuento, un diario corto, una obra de teatro, un cuento cortísimo y una historia personal que pretende ser el hilo conductor, aunque me temo que se queda en el intento. Cada segmento tiene su estilo propio.

El cuento inicial desborda de estética e imaginación, y constituye la mejor parte del libro literariamente hablando. Si la novela tuviera que reducirse a esta primera cincuentena de páginas tendríamos que reconocer  en esas hojas un gran valor creativo y lírico, así como la utilización de un vocabulario exquisito empleado con toda precisión.  Esas páginas bastarían para confirmar el talento de Juan Roberto Salcedo como escritor. El autor no solo ama las palabras sino que ─parafraseando lo que dice hacia el final a propósito de un personaje que se le parece─ «juega con las palabras […] las recoge y combina sus ritmos, haciendo contrastes de colores, matizando la tenuidad de sus luces» (p. 264-265).

Salcedo sabe cómo hilar temas muy diferentes y llevarnos mágicamente a otros lugares a través de puentes invisibles contribuyendo así al interés de la lectura, pero si tuviera que enriquecer en algo ese primer capítulo moderaría la destemplanza con que transita de un tema a otro. Además preguntaría: ¿se puede decir que un texto se excede en arte?, ¿se puede decir que tanto encanto o atractivo pueden embriagar al lector impidiéndole proseguir fluidamente a través de las palabras ya que está constantemente invitado a ilustrase con la terminología, a descifrar metáforas, alegorías y toda suerte de figuras que invaden cada hoja del libro? Si así fuera puede que Juan Roberto Salcedo se haya excedido en hermosura. Cito como prueba unas líneas que se dejan ver  más tarde y que parecen poesía dentro de la novela:

«Gracias […] por dejarme oír el ruido de la Luna cuando sale y percibir la amalgama de colores que tiene la noche en sus soledades […] las huellas que el viento impregna sobre las rocas y por el zumbido de luz que derramas sobre las flores y, en especial, por los éxtasis ensordecedores de silencios» (p. 142-143)  

Para quienes se interesan en el tema de ese capítulo el protagonista es Alejandro Amaral cuyo padre, Santiago Amaral, acaba de morir. Este último al enamorarse de Virginia Hernández la persigue y le cuenta la increíble historia de su pueblo, un lugar que parece encantado porque allí se relataban incansablemente historias fantasiosas, exageradas, descabelladas, falsas o imposibles como recurso para vencer el aburrimiento. El pueblo parece embrujado. La narración también.

El diario corto que le sigue lo escribe una mujer que nunca se identifica y que, lejos de tener una  personalidad definida, se asemeja al  narrador omnisciente que hasta allí hemos conocido ya que utilizan las mismas cadencias al narrar. Después descubriremos que ella se parece más aún a Alejandro, no solo por estilo de hablar  sino por el análisis que hace de la vida a través de su interior y su pasado.

Los siguientes capítulos nos presentan al protagonista, Alejandro: su nacimiento, sus primeros años, sus abuelos, sus sentimientos, sus experiencias amorosas, su búsqueda interna, su deseo de morir, su internado en un monasterio, su experiencia universitaria. Una vez más el narrador y Alejandro parecen ser uno; hablan con belleza y hondura ciertamente, pero sin mucha diferenciación entre ellos. Mi impresión es que estamos frente a los alter ego del autor, hablan parecido porque en el fondo son él, como Alejandro mismo dice: escribir es «descubrir la intimidad de uno ante otros; por más que uno quiera ocultar los sentimientos estos salen a flote» (p. 188).

Luego llega la pieza teatral con una entrada algo forzada. Esto hace sospechar que el autor buscaba un pretexto para introducirla en el libro. ¿Habrá sido un escrito completado en el pasado y guardado en algún archivo hasta que aquí encontró la posibilidad de cobrar vida? El texto semeja a un auto sacramental y su contenido pareciera ocupar un inmenso espacio en el interés del protagonista a juzgar por el abismo al que se asoman sus reflexiones. No parece de esta época, ni creo que podría montarse exitosamente en un espectáculo debido a la complejidad de su temática; incluso por escrito cuesta mucho seguirla. ¿Su argumento? Daniel habla con Dios, interlocutor que nunca responde. Se trata entonces de un monólogo donde Daniel habla de su soledad, de sus tentaciones y busca anhelante comunicarse con un Dios cuya existencia llega a cuestionar. ¿No se parece Daniel a Alejandro? Temo que sea un tercer alter ego. En otra escena Daniel hará preguntas que serán contestadas por el Loco y el Mudo. El Loco será agresivo y hasta blasfemará; el Mudo será sabio y propondrá un cierto equilibrio. Citaré al autor y haré míos nuevamente extractos de un diálogo que Alejandro sostiene con Cristina ─la compañera con la que conversa sobre sus escritos─: «Este es un libro sin cabeza ni pies. No tiene un argumento conciso. Es un cúmulo de pensamientos disgregados.» (p. 157), «[lleno] de términos rebuscados y exageraciones en un diálogo extraño» «…tengo un lenguaje un tanto ampuloso… muchas veces me he intoxicado de belleza […] cuento cosas descabelladas, desatinos que no entiendo ni yo mismo […] mis oscuridades son intensas. […] Mi libro no es creíble» (p. 244-245). A lo que yo añadiría: no es inteligible, inteligente sí, pero tal vez demasiado inteligente. ¿De qué nos habla realmente?, ¿del conocimiento?, ¿de la fe?, ¿del silencio?, ¿de la sabiduría?, ¿del amor?, ¿del destino?, ¿de la felicidad?, ¿del vacío?, ¿del deseo de descubrir? Es difícil discernir cuál es el tema principal de los secundarios. Lo único que queda claro es que hay una búsqueda, pero no se puede precisar exactamente de qué. La contraportada del libro dice que este se inscribe en la literatura del autodescubrimiento pero juzgo  que va más allá. La prueba está en dicha dramaturgia dedicada más a Dios que al hombre, ubicada más cerca de la filosofía que de la psicología. Es, sin duda, el trozo más complicado de esta novela y el que probablemente alejará a los lectores que buscan solaz en la lectura. No es a eso a lo que nos invita el libro sino a pensar, a reflexionar sobre algunas de las grandes incógnitas de la vida.

Aunque el tema del pecado aparece como un tormento permanente, no puedo aventurar por qué el libro se titula Pecados inmortales ni mucho menos por qué la carátula nos muestra una mujer desnuda siendo el protagonista un hombre y sus cuitas más bien filosóficas y místicas. La combinación de ambos ─título y portada─ abre la posibilidad de que sea una decisión de mercadeo. No la más acertada para un libro tan trascendente.

Si va a leer este libro hágalo rodeado de silencio, con sosiego, con tiempo y con la mente lista para ausentarse  de este mundo. Para entenderlo, vuélvalo a leer intensificando  estas mismas condiciones.

¿RECOMENDARÍA LEER ESTA OBRA?

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