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Mañana en la batalla piensa en mí – Javier Marías

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MAÑANA EN LA BATALLA PIENSA EN MÍ

Javier Marías. Editorial Alfaguara, 1994.

Javier Marías nació en Madrid en 1951. Durante su niñez vivió en su ciudad natal y en Estados Unidos. Comenzó a escribir a los once años; a los quince ya había escrito una novela que nunca publicó, y cuando tenía diecinueve años salieron a la luz su primer cuento y su primera novela. Dedicó su vida profesional a la traducción, la edición y la escritura. Es miembro de la Real Academia Española desde el año 2006. Además de ser reconocido internacionalmente como escritor lo es también como traductor. Mañana en la batalla piensa en mí ha recibido el Premio Rómulo Gallegos (premio reservado para los escritores latinoamericanos hasta entonces) y el Fastenrath de la Real Academia Española.

Un tema terriblemente escabroso ─la muerte de una mujer infiel en brazos de su amante─ se convierte en una escena de desconcierto y casi detectivesca que servirá de pretexto para reflexionar sobre temas de la psicología humana, de la ética y de la filosofía de la existencia. Javier Marías de comienzo a fin, inequívocamente.

Es probable que no haya inicio más espectacular para una novela que el de Corazón tan blanco (del mismo autor): «No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola», pero este se le acerca mucho: «Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos […] Nadie piensa nunca que nadie vaya a morir en el momento más inadecuado». Ambas entradas son  magistrales, y con cualquiera de ellas podríamos haber adivinado quién es el autor si tan solo nos hubiesen mostrado los párrafos aquí mencionados.

Vivir una experiencia como esta significará para el protagonista ─Víctor Francés─ quedar en estado de encantación, no poder olvidar a «su» muerta ni desentenderse del entorno que ella dejó. Él buscará su desencanto, volverá para adentrarse en ese mundo. Lo que hasta ahí podría ser una novela muy interesante, se convierte desde ese momento en una historia psicológica donde se exploran lenta y repetitivamente algunos aspectos comúnmente desapercibidos de la experiencia humana. Eventualmente el autor regresa a la historia de la novela, pero esta vuelve a  naufragar entre las reflexiones que tratan de entender el engaño, los recuerdos y la muerte.

Javier Marías parecerá pensar a través del protagonista, en ese estilo suyo tan observador y tan profundo; y una vez más volverá a semejarse a Corazón tan blanco en el sentido de darle importancia a la comunicación, al poder de la palabra. Se diferenciará, sin embargo, porque en vez de subrayar la necesidad de callar, se ocupará de la necesidad de hablar.

La muerte es otro tema de meditación. Se nos recordará que todo es efímero y que puede acabarse en cualquier instante, aunque por algún momento dejará una estela en quienes sobreviven a la persona fallecida, quien después de muerta parecerá decirnos: «Mañana en la batalla, piensa en mí», cuando ya no esté, excepto en ti, donde viviré por algún periodo; sé que te será difícil entender que ya no estoy, adaptarte a la vida sin mí, «mañana en la batalla, piensa en mí».

El eje de estas reflexiones será, en cambio, el engaño permanente en el que vivimos, queriendo creer que todo es verdad o que hay estabilidad, cuando en realidad mucho de lo que nos rodea es mentira. La realidad se transforma apenas pasa, y más aún cuando se la cuenta con palabras. Podremos tratar de ser objetivos, pero siempre transmitiremos una realidad parcial y desdibujada; la narraremos de diferentes maneras a cada persona; y un segundo testigo la contará desde otra perspectiva. En parte será cierta, y en parte falsa, una mentira, aunque solo fuera por lo que no se contó.

Lo mismo pasa cuando hablamos de nosotros mismos, cuando desaparecemos partes de nuestra historia, y vemos nuestra vida de una manera recortada, evocando solo los hechos que preferimos recordar. Y eso le sucede también a los demás al presentarse ante nosotros. No sabemos a quién tenemos enfrente. Engañamos y nos engañan. Lo hacemos al compartir la historia de nuestra vida, al igual que nuestra cotidianeidad. Hay, sin embargo, engaños más grandes que otros, mentiras más conscientes. En general, no soportamos el desengaño, y muy particularmente si las mentiras son mayores; podemos soportar la sospecha, sí, pero no la certeza de que somos engañados. Por esa misma razón, cuando algo cambia notablemente en nuestras vidas ─un accidente automovilístico, una operación, etc.─ no podemos dejar de comunicárselo a las personas allegadas a nosotros, queremos que lo sepan de inmediato, no queremos mantenerlas en el engaño. De no hacerlo, vivirían en la mentira por un momento, los estaríamos engañando abiertamente. Y eso no se perdona. La mentira perdonable es más sutil, aquella de la que no somos conscientes.

Si todo lo que hasta aquí ha sido dicho no fuera suficiente para animarles a leer Mañana en la batalla, piensa en mí, existe un argumento adicional: en las nuevas ediciones se añade el discurso que Javier Marías pronunciara durante la ceremonia del Premio Rómulo Gallegos en 1995, recibido justamente por la publicación de este libro. Se trata de la explicación más preclara que yo haya leído o escuchado nunca sobre el porqué de la existencia de la literatura: la necesidad del ser humano en  revisar lo no vivido, lo no realizado, lo no dicho, de contarnos otra historia. Secundaré a Javier Marías cuando dice: «Y me atrevo a pensar que es precisamente la ficción la que nos cuenta eso».

Existe también un argumento para desanimarles. El autor, literariamente hablando deja mucho que desear. Marías parece burlarse de la lengua cuando escribe. No se preocupa por la exactitud de las palabras, menos aún por la composición gramatical e ignora los signos de puntuación. Sus digresiones  son excesivas, divaga durante la mitad del libro y, con ello, confunde al lector. Si no fuera el famoso profesional que es, si no lo hubiera escuchado hablar con propiedad, pensaría que es un mal escritor. Sin embargo, todavía me pregunto, si no hace todo esto intencionalmente; en un afán por darle a la escritura libertad, una frescura que la acerque a la oralidad o al desarrollo natural del pensamiento. ¿O es dejadez? No lo sé, tendría que leer algo de él bien escrito que me permita comprobar que sabe hacerlo. Solo así podría confirmar que lo que hace es intencional. Mientras tanto, la duda permanece. ¿A pesar de eso es un libro recomendable? Sí, porque la literatura es mucho más que el dominio de las formas.

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Corazón tan blanco – Javier Marías

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                                                     CORAZÓN TAN BLANCO

Javier Marías. Editorial Alfaguara, 1992.

Javier Marías nació en Madrid en 1951. Durante su niñez vivió en su ciudad natal y en Estados Unidos. Comenzó a escribir a los once años, a los quince ya había escrito una novela que nunca publicó y a los diecinueve salió a la luz su primer cuento y su primera novela. Dedicó su vida profesional a la traducción, la edición y la escritura. Es miembro de la Real Academia Española desde el año 2006. Además de ser reconocido internacionalmente como escritor lo es también como traductor. Corazón tan blanco ha recibido el Premio de la Crítica 1992, el Prix L’Œil et la Lettre 1993 y el International Dublin Literary Award 1997. Es su novela más leída y más traducida. A título de ejemplo menciono que se ha vendido más de un millón de ejemplares de esta obra tan solo en la lengua alemana.

La necesidad de callar, la importancia de los secretos, el poder de la palabra, el de un acto o de una intervención verbal, la responsabilidad del que escucha, el sentimiento de culpa, la aparente inexistencia de los hechos silenciados, la libertad cuestionada por el hecho de que estemos obligados a comportarnos según la decisión de otros, la delicadeza de un sentimiento puro y los riesgos del amor de pareja son los principales temas tratados en esta obra.

El título “Corazón tan blanco” alude a una frase de Macbeth ─tragedia escrita por William Shakespeare─ en la que nunca queda claro si con esa metáfora el autor quiere referirse a la inocencia, a la cobardía o quizá a ambos conceptos. Creo que Marías juega con esa ambigüedad pero que el énfasis de la novela no radica en un sentimiento o el otro sino en la relación de la palabra –o el silencio- con ellos. Señala, por ejemplo, que alguien caracterizado por una gran pureza sería incapaz de aceptar una felonía o un crimen; atención, no dice de cometerlos sino enterarse de que alguien los ha cometido. Si se enterara deberíamos prepararnos para presenciar una gran transformación. Ver, escuchar, saber, callar, indagar cobran una gran importancia en las reflexiones del autor.

El argentino Oscar Calvelo ha hecho un traslado del enfoque de esta novela al de la historia española. De acuerdo a su análisis, el padre del protagonista y narrador de esta historia ─Juan Ranz─ fue un sobreviviente de la Guerra Civil y del franquismo e hizo su fortuna con medios moralmente cuestionables. Calló muchas cosas durante cuarenta años aunque al final demostró que estaba dispuesto a hablar ante su nuera, cuya curiosidad era muy decidida. Antes nadie había demostrado tanto interés por descubrir su pasado. Deduzco ─enmarcándome en ese paralelo─ que así se calla o se descubre mucha parte de la Historia. Hay quienes se interesan en develar sus secretos como los que no. Las consecuencias de indagar sobre la historia (la del padre de Juan) o la Historia de España o de no hacerlo ─la protección que da la ignorancia o el olvido─ son parte de las reflexiones de este libro. La comparación tiene mucho sentido si tomamos en cuenta que al padre del autor, el filósofo Julián Marías, se le negó el derecho a dar clases en la Universidad franquista por no haber firmado los principios del Movimiento y fue encarcelado por ser republicano, de lo que puede deducirse que en esa familia hay mucho que callar o decir sobre la represión franquista. Interesantísimo.

No queda claro si el protagonista es considerado un curioso o un apático. Observa, fisgonea y piensa todo el tiempo aunque no pregunta ni actúa mucho, pero me parece que no tiene nada de indiferente. Lo que observa en “el aquí y el ahora” le dice tanto que se resiste a abrir nuevas puertas que podrían resultarle inmanejables. ¿Podría ser esa la actitud de algunos ante la Historia? Juan estaría representando a los que callan, su esposa a los que indagan. En la novela ambos mantienen conversaciones sobre este tema.

La importancia que Marías le da a la influencia que una acción pueda tener en nuestras vidas se muestra claramente en las últimas páginas de la novela, donde se retoma una de las primeras escenas importantes del libro para cambiarle de curso. Es decir se repite el inicio de la historia pero enseguida se anuncia otro guion y ahí termina la obra. Con ello nos quiere mostrar una vez más cómo un pequeño movimiento puede cambiar el curso de una vida. Esto se constata también en la falsa traducción que Juan ─intérprete que trabaja para organismos internacionales─ hace del diálogo de dos altos cargos políticos (la crítica ha sugerido que se refiere a Margaret Thatcher y Felipe González), entre otros ejemplos.

Esa es la novela, pero sucede algo particular. El autor introduce algunas historias a manera de ensayos, historias que son ajenas al tema central. Técnicamente esto es lo que se ha dado en llamar el hibridismo genérico. Así, al leer esta novela parece que estuviéramos leyendo adicionalmente algunos ensayos. Por estos nos enteramos de la vida profesional de los traductores, de la forma cómo un experto internacional de arte puede hacer fortuna con su profesión y de la peculiar manera cómo una amiga y colega del narrador busca conocer un hombre en su vida. Mientras tanto nos distraemos del núcleo de la historia. La pregunta es: ¿esto es bueno o malo? Para una purista como yo esto no es agradable porque las ramificaciones restan concentración y emoción. Sin embargo debo confesar que hay algo genial en el trabajo de Marías porque introduce sucintas narraciones tan completas que por muy ajenas que sean a la novela terminan enriqueciéndola. Además sospecho que el autor añade estos ensayos intencionalmente, como parte de su manejo del suspenso. Y las emociones aparecen allí, en la espera de volver al núcleo. Nos obliga a vivir con interés otros momentos, como la vida nos obliga a veces a distraernos de nuestros objetivos centrales haciéndose cada vez más compleja e interesante. La purista deja de serlo con este escritor.

Por último debo mencionar dos características técnicas adicionales en la narrativa de Marías: una es el manejo de los tiempos en cámara lenta y la otra es la extraordinaria y detallada descripción de algunos personajes o hechos ─como aquel de la escena inicial o el padre, entre tantos otros. Permítanme citarles parte ─aunque muy recortada─ de una de estas descripciones como prueba de lo que afirmo:

“Ranz, mi padre, me lleva treinta y cinco años, pero nunca ha sido viejo […] ofrecía la imagen de un hombre mayor presumido y risueño, complacidamente juvenilizado, burlona y falsamente atolondrado […] él ha llevado siempre el abrigo echado sobre los hombros, sin meter nunca las mangas […]. Todo en él ha sido siempre agradable […], desde su mirada vivaz (como si todo le divirtiera, o a todo le viera la gracia) […] Tenía unas facciones no del todo correctas, y sin embargo pasó siempre por un individuo guapo, al que le gustaba gustar a las mujeres […]. Lo más llamativo de su rostro eran sus ojos increíblemente despiertos, deslumbradores a veces por la devoción y fijeza con que podían mirar, como sí lo que estuvieran viendo en cada momento fuera de una importancia extrema, digno no solo de verse sino de estudiarse detenidamente, de observarse de manera excluyente […] Esos ojos halagaban lo que contemplaban. Esos ojos eran de color […] castaño tan pálido que a fuerza de palidez cobraba nitidez y brillo […] eran móviles y centelleantes, adornados por largas pestañas oscuras que amortiguaban la rapidez y tensión de sus desplazamientos continuos, miraban con homenaje y fijeza y a la vez no perdían de vista nada de lo que ocurría […] Y aún había un tercer rasgo, las cejas pobladas y siempre enarcadas […]. Mi padre levantaba las pobladas cejas […] por cualquier motivo o incluso sin motivo […]. De ese modo me ha mirado siempre […] con la ligera ironía de sus cejas como sombrillas abiertas y la fulgurante fijeza de sus pupilas, manchas negras de sus iris solares, como dos centros de una sola diana”

Solo por una de esas caracterizaciones Javier Marías merecería otro premio internacional y nuestro compromiso de hacer todo lo posible por leerlo. Con lo primero él ganaría más del reconocimiento que merece, con lo segundo nosotros viviríamos una experiencia inolvidable. Leer a Marías debería constituirse en una meta o un sueño para todo buen lector.

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