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Los vigilantes – Diamela Eltit

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       LOS VIGILANTES

Diamela Eltit. Editorial Sudamericana, 2001.

Diamela Eltit nació en 1949 en Santiago de Chile. Se graduó en Literatura en la Universidad de Chile e inició un postgrado en la Universidad Católica. Es autora de dieciséis libros. No escribe de manera tradicional sino que recurre a figuras alegóricaspara transmitir un mensaje reflexivo, y a veces subversivo. Ese lenguaje enrevesado parece explicarse por el lugar y el momento en los que ella comenzó a escribir: en Chile en la década de los 80, en plena época pinochetista, cuando era muy difícil para los escritores expresar críticas al sistema de manera abierta. Eltit ha sido candidata al Premio Nacional de Literatura de Chile. Su novela Los vigilantes recibió el Premio José Martín Nuez 1995.

Los vigilantes es una novela corta, totalmente alegórica. La obra está cifrada de tal manera que terminé de leerla sin entender exactamente qué es lo que la autora quería transmitirnos. Si usted desea descifrarla aquí le presento los elementos que nos provee el libro.

El primer personaje que aparece es un hijo que no habla, babea copiosamente, desprende risotadas estrepitosas e inesperadas, se golpea contra las paredes, utiliza un lenguaje a veces  desconcertante («BAAAM, BAAM», «TON TON TONto», etc.) y ejecuta juegos corporales extraños, a veces a gran velocidad al punto que pareciera desaparecer o desintegrarse. Sin embargo, piensa y parece tener un juego inteligente con sus vasijas, es consciente de lo que hace su madre, y de los efectos que su comportamiento produce en ella y, anote usted, les captael pensamiento a ambos padres.

El segundo personaje –que parece ser el personaje principal- es una mujer, su madre, la cual se dedica a escribir cartas al padre en una comunicación que aparece como bilateral aunque nunca se lee ni una palabra de las cartas que supuestamente él le envía, el lector solo es testigo de las que ella contesta. Estas misivas  están escritas defensivamente, respondiendo a las acusaciones que él le presenta, a los reproches que le hace sobre su comportamiento, a las exigencias de que cambie su conducta y a las amenazas a las que la somete permanentemente para que se ajuste a sus creencias. El clima en que se desarrolla la mayor parte de la novela es muy opresivo, fundamentalmente un invierno despiadado con extrema carencia de alimentos. Ella siente que él la vigila. Y no es el único personaje que lo hace.

Paralelamente recibe frecuentes visitas de la madre de este hombre, una mujer a la que nunca llama suegra (como nunca llama hijo al niño sino que se refiere a él como tu hijo en sus cartas). La razón de esas visitas es la supervisión de su forma de vida (que cómo viste al niño, que qué comen, que si el niño está pálido, que si la casa está muy obscura, que cuáles son sus modales para comer, etc.) de modo que se siente doblemente vigilada. Merodearán también los vecinos en constante vigilancia (que si hay objetos que han desaparecido de su casa, que quién entra a su casa, que cómo consigue sus alimentos, etc.). Estos vecinos confabularán con el marido e intervendrán en la vida de esta mujer cuando lo crean necesario para pedirle cuentas de su comportamiento subverviso. Lo subversivo viene de no atenerse a todas las reglas impuestas por esa sociedad; como cuando, por ejemplo, recibe en su casa a los llamados desamparados, habitantes callejeros moribundos para evitarles la muerte. La mujer se siente asediada.

El acoso que sufre es doloroso, ella da explicaciones todo el tiempo, pide que le alivien esa persecución, hace concesiones para verse aligerada de ese control, ruega que no la lleven a juicio, etc. El círculo se su libertad se cierra cada vez más, hasta que se le abre un juicio del que no podrá escapar sin condena, proceso al cual ella decide finalmente colaborar.

Mientras tanto, en el hogar donde madre e hijo se encuentran confinados, ella se va acercando progresivamente al niño y comienza a entender su juego y su lenguaje. El libro termina cuando ambos  huyen de la ciudad y en esa huida ella se va transformando, convirtiéndose un poco en lo que es el hijo, babea, ríe estrepitosamente, etc. pero finalmente encuentran las hogueras que buscaban para salvarse.

Interprete usted.

He tenido que recurrir a lecturas complementarias y a comentarios de la propia autora para descifrar los enigmas contenidos en este libro, y he podido concluir lo siguiente.  La mujer representa a la América Latina marginal, subyugada, impregnada de una cultura tradicional pero presionada a vivir dentro de los cánones de la cultura occidental moderna.

El hombre representa el poder y las normas occidentales que ejercen una presión despiadada contra quienes sienten y quieren vivir la vida de una manera diferente. Lo despiadado de esa actitud consiste no solo en un ataque incansable por todos los frentes posibles sino también en que no toma en consideración el dolor o las limitaciones de los desfavorecidos o desamparados en Latinoamérica. Esos frentes están constituidos por la figura patriarcal pero también por la familia, las leyes, las cárceles, las instituciones legislativas y educativas así como el mismo Estado. Un sistema que por un lado u otro logra la sujeción de los marginados.

El hijo representa la resistencia, la subversión y la promesa de una alternativa. Ni su cuerpo ni su mundo intelectual o psicológico son normales. Su apariencia es diferente, su lenguaje es a primera vista indescifrable pero no está enfermo ni loco, tan solo ha encontrado una manera de escaparse del control; algo que su madre no ha logrado hacer. Ella se defiende, se explica y ruega que la entiendan, pero el niño sabe que al usar el mismo lenguaje y respetar las mismas instituciones de su dominador ha caído en su juego y no podrá jamás escapar de su domino. Por eso al hijo le molesta verla escribir dándole la espalda y se ríe de lo que ella hace, por eso ríe también cuando ella es incapaz de descifrar el lenguaje de sus vasijas. Sabe que está enajenada. No importa el argumento o el recurso al que ella recurra, tarde o temprano será derrotada.La baba que desprende este niño tiene vida (corre, por ejemplo); es decir, la identidad de este ser no se ajusta a ninguna identidad conocida. Esa característica demuestra que ni su cuerpo está regulado de acuerdo a normas típicas.

A medida que la novela avanza, sucede que el nivel de comunicación entre madre e hijo mejora y la mujer parece tomar conciencia de su propia situación.  La madre descifra poco a poco el lenguaje de las vasijas hasta que decide dejar de escribir, dejar de usar el lenguaje que ahora percibe como dominante. Al final, madre e hijo  escapan de la casa, a pesar de todos los riesgos que ello supone. Se esfuerzan en alejarse del cerco de vigilancia y en llegar a las hogueras. En ese camino ella va convirtiéndose en un ser que ríe, babea y se arrastra como su hijo, que es la manera como se muestra que ella conquista su identidad y su libertad.

Si yo hubiera leído una interpretación como ésta antes de iniciar la lectura de esta novela, me hubiera servido de guía para entenderla,  probablemente la hubiera apreciado mejor y quizá hasta la hubiera disfrutado. Al no tenerla, pasé todas sus hojas tratando de especular, adivinar, comprender qué nos quería decir Diamela Eltit. La experiencia fue sin duda más un sufrimiento que un placer. Este es un libro profundamente enigmático, llega a trasmitir los sentimientos que sus alegorías pretenden despertar en el lector, pero sin esclarecer su mensaje. Con la reseña que aquí comparto usted tiene el lenguaje con el que al parecer podría decodificar la obra. Contando con esta herramienta, hasta yo misma me animaría a volver a leerlo.

¿RECOMENDARÍA LEER ESTA OBRA?

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