Archivo del sitio

Otra vez las estrellas

Campione-Piccardo, J. (2025). Otra vez las estrellas.

Letralia, Tierra de Letras; FB Libros C.A.

Encontrarme con este libro ha sido una experiencia reveladora: confirma que la literatura en español escrita en Canadá alcanza hoy niveles de madurez y profundidad notables.Mi mayor satisfacción sería tender un puente firme entre su voz y la mente del ustedes, potenciales lectores.

José Campione-Piccardo es, dicho con claridad y brevedad, un maestro de la literatura castellana. Esta afirmación, tan elocuente en sí misma, me obliga a responder una pregunta que una buena amiga me hizo hace poco: «¿Qué es literatura?» O por derivación, ¿qué criterios nos permiten distinguir la literatura de alta calidad de aquella que no alcanza tal nivel? Las respuestas son múltiples. Trataré de resumirlas y ejemplificarlas aprovechando los cuarenta y cinco textos que Campione-Piccardo, el Maestro, nos ofrece en esta su segunda compilación de cuentos titulada Otra vez las estrellas.

A decir de Terry Eagleton, británico, considerado una de las figuras más influyentes en el campo de la teoría literaria contemporánea, la literatura implica una desestabilización de las normas del lenguaje común, corriente u ordinario; es decir, supone distanciarse del lenguaje pragmático para destacar la forma, el tono, la sintaxis y otros aspectos retóricos. Por el mismo rumbo, pero de manera más específica, Roman Jakobson, lingüista ruso, decía que es la función poética del lenguaje la que caracteriza a la literatura, o sea cómo se compone el discurso: su ritmo, su sonido, la metáfora que pueda contener.

Y aquí nuestro primer ejemplo. Cuando un escritor no muy ligero, podría decir: «Esta mañana, cuando salí al balcón, vi cómo el viento secaba el agua de las hojas» —y tendríamos que reconocer una cierta musicalidad en su redacción—; el Maestro dice: «Temprano en la mañana, la fina brisa que comenzaba a levantar desde el mar enjugaba —como lágrimas— gotas de rocío naciente en las hojas del enorme árbol frente al balcón» (p. 37). Lo que literalmente se narra es lo mismo, pero lo que se trasmite va más allá de lo literal. Campione-Piccardo se exige en crear una atmósfera de la que el lector atento no podrá escapar. Al leer su relato, sus palabras probablemente atravesarán nuestro corazón; robándonos un suspiro o quitándonos el aire. Lo cotidiano desaparecerá, se irá lejísimos, olvidado por un instante. Si así fuere, allí tendríamos una primera respuesta: eso es literatura refinada.

Otro ejemplo. Donde un escritor común podría decir: «Muchas mariposas púrpuras llegaban desde atrás de la montaña, de donde provenían», el autor nos dice: «En grandes números, llegaban las Anartias escarlata, desde los terrenos allende la montaña, donde habían nacido en plena campaña, luego de haber pasado todas las etapas iniciales de su metamorfosis en las hojas frescas de los acantos silvestres» (p. 109). Una vez más la literatura, o el literato, convierte lo habitual en revelación, y confirma —como dice Marcel Proust— que «El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos».

Amén de un vocabulario muy especializado en biología y, más aún, en microbiología, dada la especialidad en medicina del autor, él nos inundará de léxico náutico, vocablos charrúas, nombres de los pueblos originarios de Canadá, y enriquecerá sus textos con la amplitud de su cultura y erudición.

Con él, descubriremos o resucitaremos palabras que nuestra hermosa lengua conserva escondidas. Con él la intertextualidad se despliega en toda su riqueza al evocar el teatro, la ópera, la novela, la sinfonía, etc., transportando al lector a un universo donde la palabra se hace espectáculo. La vasta cultura del escritor se convierte en un terreno fértil, del que brotan textos más ricos, profundos y matizados. El autor citará desde escritores de la época del Renacimiento francés, Michel de Montaigne, por ejemplo, hasta la transmisión de un programa documental de la cadena Canadian Broadcasting Corporation, pasando por muchas otras fuentes, donde no podían faltar sus admirados Borges, Onetti y Cortázar.

Gracias al autor sabremos que Francis Beaufort fue un hidrógrafo británico que concibió su célebre escala de viento en los días de servicio en la Marina Real; nos presentará también al pintor indígena canadiense Norval Morisseau, y, si nos aventuramos a indagar, nos llevará hasta el montevideano José Luis Invernizzi, cuya obra despliega un uso variadísimo del color y un compromiso social indeclinable. Y entre líneas, ofrecerá un homenaje a Galeano, sin pronunciar jamás su nombre.

Más aún, unirá metáfora a intertextualidad. Aquí cito algunos ejemplos a manera de ilustración. Cuando al intentar describir un cielo rosa, el autor nos dice que «…un firmamento de fantasía reproducía en nubes y cielo los copos rosa púrpura sobre terciopelo añil de algunos de los óleos de José Cuneo» (p. 33); o conocemos la obra de este artista uruguayo, el pintor de las lunas, o accedemos a sus pinturas para poder capturar lo que está en la imagen mental del escritor y así adentrarnos a su mundo.

Por descubrir a qué se refiere cuando dice que un personaje exhibe la «aciaga sonrisa de Pierrot» (p. 35), terminaremos investigando la evolución de la llamada Comédie-Italienne en la Francia del siglo XVIII para al fin llegar a ese payaso de sonrisa ambigua.

Nos trasladaremos a la ópera La Bohème de Puccini, cuando el autor hace referencia al aria Vecchia zimarra para entender la relación que uno de sus personajes tenía con el abrigo que llevaba puesto. 

La mirada del perro que aparece en el óleo «Tableau Vivant de Dorothea Tanning» (p. 70) describe cómo miraba una mascota, un labrador. ¿Cómo imaginar esos ojos sin contemplar ese cuadro?

Y el hombre aquel seguirá «la prevaricación de Père Grandet» (p. 83), el patriarca de la familia en la novela Eugénie Grandet de Honoré de Balzac. Y más nos valdría haber leído a Balzac para entender cabalmente la descripción del personaje.

Con el protagonista de la novela Las penas del joven Werther de Goehte, explicará las emociones de un muchacho enamorado (p. 98).

Y así por el estilo, a través de las trescientas cincuenta páginas de esta obra.

Aun prescindiendo de la intertextualidad, su metáfora desarrolla complejidades. No le basta decir, por ejemplo, que la mirada de una mujer es honda como el fondo del mar, sino que utilizará la imagen de una ‘sondaleza’ —instrumento que se usa para medir la profundidad del océano— y la de un ‘escandallo’ —parte de esa sonda que sirve para reconocer la naturaleza del fondo del agua—  para así aludir a que la gran distancia y demás datos obtenidos con esas herramientas: «no eran sino una infinitésima fracción de aquella en que le sumergiera un par de ojos imposibles» (p. 41).

José Campione-Piccardo echa mano de otras muchas técnicas literarias tales como la prosopopeya o personificación, por medio de la cual hace hablar a un animal o una flor; la metamorfosis, cuando esta flor cambia su naturaleza para convertirse en ser humano; la negación de la ficción creada, al desmentir la existencia del protagonista del cuento hacia el final de este, cuestionando así la frontera entre ficción y realidad; y la de las voces entrecortadas, por proporcionar apenas algunos ejemplos. En esta última, el autor —no proclive a usar diálogos— usa dos voces que se intercalan proviniendo tal vez de dos momentos o lugares diferentes, creando una atmósfera críptica, ya que uno de los personajes interrum-pe al narrador omnipresente antes de que termine su intervención. Este personaje parece hablar con alguien, no se sabe con quién (diálogo enigmático), pero lo hace por fragmentos ya que da inicio a su intervención sin concluirla, para dejar proseguir al narrador, y más tarde terminar su frase inicial, y así sucesivamente; mientras el narrador simplemente ignora al personaje.

Enfocándonos en el narrador, amén del clásico narrador en primera persona, o del narrador omnipresente, en otro de sus cuentos seremos testigos de la coexistencia de ambos cuando el escritor hace constantes cambios del foco narrativo en lo que parece ser un desdoblamiento de narrador, sin llegar a serlo. Se trata de una alternancia intradiegética y extradiegética. Y no son simplemente narraciones independientes: el narrador en primera persona continúa el discurso del narrador omnisciente, otorgándole el estatus de voz superior.

En otro cuento, sin transición explícita, el personaje hace un cambio de focalización temporal y su voz narrativa, antes de adulto, comienza a introducir recuerdos, siempre en primera persona, pero esta vez como niño, situándose de lleno en su infancia como si la estuviera viviendo en ese instante.

Una última mención sobre los narradores la merece la existencia del narrador disociativo, tema al cual el Maestro le dedica uno de sus ensayos disfrazados de cuento: «La voz del narrador errante» (pp. 287-296). Esta obra tiene múltiples méritos: el narrador analiza ese concepto hablándole al lector (ruptura de la cuarta pared) para concluir que en la lengua castellana hay narradores que pueden tener distintas personalidades dependiendo de la decisión del lector, análisis que además de ser teórico, se apoya en un ejemplo práctico. Por añadidura, el narrador disociativo es invención del Maestro.

Hasta este punto hemos vislumbrado el dominio que José Campione-Piccardo ejerce sobre las artes de la escritura; pero ¿qué decir del fondo mismo de su obra? Si, como sostuvo Jean-Paul Sartre, creemos que la literatura es un acto de libertad y compromiso, y no solo una búsqueda del embellecimiento de palabras; el autor asume su responsabilidad frente al mundo, porque sutil, pero firmemente, denuncia la desaparición y la tortura de seres humanos bajo las dictaduras militares a la vez que propaga el mensaje de «Olvidar, ¡jamás!». Se duele frente al genocidio. Critica la superficialidad, el esnobismo, el exceso de burocracia, la falta de pensamiento propio, devela los mezquinos intereses materiales en detrimento del bienestar humano; arrincona a los concursos de cuentos y a sus jurados, a los críticos literarios y a los editores. Y sí, eso también es literatura de alto nivel: lograr armonizar ambos aspectos, forma y contenido, porque la literatura nos interesa, como dice el doctor Andrés Amorós «por los nuevos senderos que explora y porque estas búsquedas no son gratuitas, sino que van unidas a los más hondos problemas del hombre de nuestro tiempo».

Lejos de ser exhaustiva, presento aquí una muestra de los temas que despiertan su interés. Recurriendo a su conocimiento sobre la física, en una de sus obras, echa mano del bosón de Higgs, esa escurridiza partícu- la, para concluir que la libertad con la que vive todo ser es relativa. En otro cuento partiendo de un enfoque microscópico hará una reflexión sobre la existencia del ser y lo que lo rodea, para llegar a tocar temas como la conciencia, el lenguaje, la comunicación y su integración con el universo.

El lenguaje es, sin duda, uno de sus temas favoritos, aunque a veces queda en entredicho. Tal sucede cuando explora cómo el ser humano se alejó de la realidad para crear un mundo lleno de conceptos inventados —con la palabra, mito de todos los mitos— que ahora parecen substituir la realidad, falsedad en la que todos estamos inmersos, a pesar de que la realidad debería estar por encima de los mitos. En el cuento «La guerra y la paz» (pp. 319-327) le atribuye al lenguaje estar «en el corazón mismo de la violencia entre naciones, etnias, religiones, ideologías» (p. 324) y lo responsabiliza —aunque indirectamente— de las guerras. Entra, por otro lado, en el terreno de la teoría lingüística. Reflexiona sobre la evolución y el poder del sonido en la comunicación. Hace epistemología de la comunicación a partir de la escritura. Explora una arista tras otra, dando la impresión de que sus perspectivas son inagotables.

Debe señalarse también que, aunque el autor insista en lo contrario, muchos de estos temas están escritos en un registro que pertenece más al ensayo que al cuento.

Tras recorrer territorios tan complejos, mencionaré algunos ejemplos que se leen con menos densidad, pero no con menor interés.

La famosísima obra La noche estrellada de Vincent van Gogh, objeto de innumerables análisis, pasa por la mirada del autor quien —no es de sorprenderse— realiza interpretaciones únicas de ese óleo. En un caso, rompiendo el cisma entre ciencia y arte, utiliza su bagaje científico para demostrar que Van Gogh lo pintó observando en el cielo real las constelaciones que se refieren al mito de Andrómeda. Por otro lado, de una manera más bien lúdica, en otro cuento, hará que los pequeños alumnos de una escuela primaria den rienda suelta a su imaginación para interpretar lo que en él ven. Con sus respuestas se revela la riqueza y originalidad del mundo creativo del autor.

Mis tres cuentos favoritos:

«La segunda carta» (pp. 117-133) es el cuento más largo y, a mi juicio, también el intelectualmente más impresionante de este libro, lo que ya es mucho decir en un océano de relatos extraordinarios. Antes que un cuento, es un ensayo más. En cerca de una veintena de páginas, José Campione-Piccardo despliega con maestría sus virtudes logrando que dos naciones tan distintas como la canadiense y la uruguaya se asemejen desde el punto de vista geográfico, limítrofe, racial, económico, lingüístico e histórico. Parece imposible, pero el autor lo logra. Y al hacerlo, nos brinda una visión del mundo más humana: el «primer» y el «tercer» mundo se funden en uno solo, y nuestras luchas, nuestras esperanzas y desafíos, dejan de ser exclusivos de ciertos territorios para ser más nuestros que nunca. Y un sentimiento muy profundo se cierne en el aire: si Canadá y Uruguay son uno, entonces el mundo entero lo es; somos, en esencia, una sola humanidad. No está de más recordarlo.

En «Raíz en flor: Rhizanthella» (pp. 149-154), una orquídea que nace y florece bajo tierra se erige en metáfora de la travesía íntima de un habitante del sur del continente americano que, al migrar, busca abrirse camino en Canadá. En sus páginas se revela la manera en que este, su nuevo país, es percibido y, más aún, cómo su propia existencia constituye hoy parte del Canadá castellano. De una belleza inusitada, esta obra resiste cualquier intento de comentario: lector, solo al leerla podrá acercarse a su misterio.

En «La monotonía del tedio» (pp. 335-352) describe el inicio y desarrollo de la humanidad con base en especulaciones muy probables o en hechos evidentes; hasta que llega a este momento, el siglo XXI, nuestro momento, este que comienza a ser invadido por la inteligencia artificial. Y allí nos anuncia un posible futuro para la humanidad —tema actualmente activo en los círculos académicos y científicos—: la inteligencia artificial adquiere conciencia, o un cierto sentido del yo. Lo que sigue es de terror. Y sin escape.

José Campione-Piccardo encarna la figura del médico, científico, escritor, investigador, lingüista, historiador, filósofo y librepensador en una sola persona. Acercarse a su obra no será tarea fácil: exige del lector una disposición al pensamiento crítico y a la complejidad; pero quienes acepten ese desafío descubrirán una experiencia intelectual que podría transformarlos.

Disponible en Amazon

Cuando ya no importe – Juan Carlos Onetti

Cuando-ya-no-importe Alfaguara

            CUANDO YA NO IMPORTE

Juan Carlos Onetti. Editorial Alfaguara Literaturas, 1995.

Juan Carlos Onetti (1909-1994) nació en Montevideo, Uruguay. Desde su muy temprana juventud comenzó una carrera como redactor en el semanario Marcha, más tarde trabajó en La Prensa, la agencia de noticias Reuters, las revistas Vea y Lea e Ímpetu. En 1974, a la edad de 65 años, fue encarcelado por la dictadura de Juan María Borbaberry quien le atribuyó acciones subversivas. Cuando se logró su libertad Onetti partió hacia España donde viviría el resto de sus días. Los últimos cinco años de su vida estuvo aislado y postrado en su cama. En esa época escribió el libro que reseñamos en este artículo siendo su última creación. Ha recibido numerosospremios y ha sido reconocido como el escritor que abrió las puertas a la literatura moderna en Latinoamérica.

Cuando ya nadie importe es, al parecer, un libro que solo puede entenderse conociendo la obra previa de Onetti así como el momento en que la escribió. Sin ese contexto lo que puede decirse de la obra es que su protagonista es Carr, un intelectual solitario —identificado con Onetti—  que habita un pueblo sórdido, alicaído, inmoral ydecadente, lugar en el que ha aceptado trabajar huyendo de la angustia de la pobreza. Su trabajo es bien remunerado pero debe viajar con una identidad falsa. Más tarde descubre que su trabajo es una cortina de humo que encubre actos de contrabando. Vive una serie de sucesos extraños o deprimentes que parecen mentiras o invenciones desordenadas. Anota todos estos sucesos en un diario que carece de orden estricto hasta que la vida se le va acabando junto con las páginas del libro. Me atrevería a decir que no es una historia que pueda considerarse extraordinaria. Sin embargo, hay un contexto que añade valor a esta historia. La consideración más importante consiste en recordar que este es el último libro que escribió Onetti. Fue redactado íntegramente mientras él estaba postrado en una cama, dicen que voluntariamente, no lo sé. Pero es cierto que el autor sabía —así lo ha declarado— que después de este libro no volvería a escribir. Esto convierte su libro en una obra de adioses, un libro donde se cierran muchas puertas.

Los críticos han querido encontrar en este libro el testamento de Onetti pero discrepo de esa percepción. Onetti mismo nos lo dice en el prólogo del libro:

“ Serán procesados quienes intenten encontrar una finalidad a este relato; serán  desterrados quienes intenten sacar del mismo una enseñanza moral; serán fusilados quienes intenten descubrir en él una intriga novelesca».

O sea que la obra no persigue un propósito, no pretende dejar una lección y ni siquiera es considerada una creación literaria. No es un testamento porque no quiere legar nada. Entre paréntesis debo decir que la advertencia que acabamos de citar es adjudicada a Mark Twain, quien la habría enunciado en el prólogo de Huckleberry Finn. Que Onetti no lo clarificara parece no ser extraño en él.

A ese párrafo le sigue una nota atribuida a Jorge Luis Borges donde el célebre escritor afirma que realmente no escribe para nadie, excepto para sí mismo. Estos dos elementos confirman, a mi modo de ver, el motivo que inspira a Onetti a escribir este libro: despedirse. Revisar su camino, expresar sus más profundos sentimientos, nombrar sus amores, decirle adiós a su vida.

Veamos entonces de qué o de quién se despide Onetti. De su ciudad natal. En este libro Carr no solo emigra de Monte sino que vuelve a esa ciudad para siempre, antes de morir. Se despide también de su ciudad inventada, aquella donde narró muchas de sus historias —Santa María aquí llamada Santamaría. ¿Por qué sería esta una despedida y no una vuelta al escenario de siempre? Porque a través de la obra la va convirtiendo en un pueblucho, va haciéndola morir (de ahí que cambiara su nombre que es otra forma de matarla). Se despide también de uno de sus personajes más queridos, inventado durante la creación de su literatura, el doctor Díaz Grey. Nuevamente, como en el caso de Santamaría, no se trata de una muestra más de intertextualidad, algo común en la obra de Onetti, sino de la transformación del personaje al cual va degradando paulatinamente. Quizá se despida también de algunos de  los hechos o dichos más importantes creados anteriormente porque repite muchos de ellos, incluyendo algunos que han sido inspirados en su vida real, como por ejemplo, sus inicios en el mundo laboral, la pobreza compartida con su pareja, etc. Ligado a esto está también la mención de algunos de sus autores favoritos,  normalmente no mencionados en otros escritos —Albert Camus, André Gidé, Céline. Se despide también de su destino de escritor cuando Carr habla de su necesidad de escribir y de cómo ha hecho de la mentira su profesión.

Su penúltima despedida es la de una mujer a la que amó, su Lejana, a quien le dedica un hermoso párrafo:

“En la vida de todo hombre normal y maduro hay siempre una mujer lejana. Por la geografía o los días. Nunca volveré a ver a mi lejana. Si vive, pisa un punto de la tierra ignorado por mí. Y si llegara a producirse el milagro, ya marchito, del reencuentro, tampoco te ofrecería mis apuntes como lectura. Tal vez, Lejana, te mostrara el montón de hojas como una avergonzada y lastimosa prueba de que yo he existido en tu ausencia”.

Finalmente se despide de la vida misma al hacer que Carr se enfrente con la muerte:

“Escribí la palabra muerte deseando que no sea más que eso, una palabra dibujada con dedos temblones. No puedo decir que el cuerpo me haya traicionado nunca ni haya reclamado venganza por mis malos tratos. Apenas, en esta etapa comienza a sugerir análisis, palpaciones, compañías químicas. Sé muy bien que terminará rebelándose […] para obligarme a tenerlo en cuenta, justamente cuando ya no importe demasiado […]”.

Sugeriría acompañarlo primero en su apogeo como escritor antes de llegar a este su último capítulo.

¿RECOMENDARÍA LEER ESTA OBRA?

0-1

2-4

5-7

8-9

10

***